El Libro Invisible

La Iglesia Católica lo conserva
El Libro Invisible

El documento original más antiguo que se conserva en el Archivo Histórico Arquidiocesano es un libro de bautismos de Cartago que data en 1594.



Encontrarlo no fue fácil. En mi caso, para llegar hasta él, pasaron exactamente tres días. Uno para concretar la cita, uno para esperar y otro para quedar inmerso en aquella sala donde lo guardaban.

Marvin es uno de los que más ha ayudado a conservarlo en el último cuarto de siglo. Él junto a sus compañeros, se han dado el gusto de ser casi sus guardaespaldas.

El lugar donde lo tienen le permite estar muy bien cuidado, casi que podría decirse que las condiciones en que lo tienen, le permite compartir su vida tanto con libros nuevos como con los viejos. Imagínese usted que, contrario a lo que muchos pensamos, el lugar es sin olor.

Cuando saqué la cita con Marvin, a pesar de que somos buenos amigos, inmediatamente me preguntó qué era lo que quería con el viejo. Yo simplemente le dije que lo quería ver y conocerlo más. Marvin accedió, creo que más por la confianza que me tiene, que por la respuesta.

En el segundo día, el día de la espera, por mi cabeza pasaban miles de preguntas. El viejo no me iba a contestar, era mudo… pero para eso tenía sus guardaespaldas. La mejor táctica era afinar la vista, enfocando los detalles. Además me pregunté si era posible sacarle una foto, pues según entiendo no era lo más recomendable por la luz. Tocarlo seguro sería peor, pues se podría despedazar por su fragilidad.

La vez que estuve más cerca del viejo había sido tres años atrás, pero no lo vi... ¿cómo sería ahora?

Pues bien, el día segundo pasó orbitando así… en recuerdos y en preguntas.

No pude aguantarme las ganas de saber por qué se merecía el título de ser el libro invisible al ser el más guardado. ¿Será acaso que no hubo más historia detrás de él?

La respuesta es más bien dirigida a la sabiduría de nuestros abuelos, entre más viejos, más hay que cuidarse de la humedad y de la mala calidad de vida. Resulta que sí existieron más viejos que él, pero la humedad se los comió, por ende, el papel también se perdió… tenían aproximadamente 28 años de más. Pero ya no existen y no hay rastros de ellos. El Padre Juan de Estrada y Rávago, quien fuese Vicario General de la Provincia de Costa Rica, fue quien intentó salvarlos en primer lugar, pero con la humedad de Cartago, no hubo forma… se perdieron.

Pero entonces, ¿cómo logró este viejo llegar aún a nuestros días?

Antes, Marvin me había dicho que el proceso ha sido muy riguroso. Hasta los arzobispos que han estado anuentes de su custodia, han muerto. Aún queda uno vivo y parece que, por su edad, dejará de ser el arzobispo de esta ciudad capitalina, San José, pero el viejo seguirá como si nada. Prácticamente el libro se encuentra en las mismas condiciones que cuando Mons. Hugo Barrantes asumió la Arquidiócesis.

Es tan viejo, y eso me sorprende muchísimo, que tal vez don Gonzalo de Palma lo pudo haber visto cuando era gobernador interino. Pero creo que usted ni yo sabemos quien es ese tal Gonzalo, así que mejor hablemos del día en que llegué al Archivo Histórico Arquidiocesano.

El día tercero llegó. Mi emoción y mis ansias crecían. Las manos me sudaban… y si me sudaban de fijo que no podría tocar al viejo.

Para calmarme un poco, le pregunté a Marvin el por qué la Iglesia tiene un archivo. Su respuesta fue muy concreta:

“La Iglesia siempre ha valorado el patrimonio documental como expresión de su fe, -me dijo con tono serio mientras me enseñaba un documento- y por ello establece que los archivos "merecen atención no sólo en el aspecto histórico, sino también en la dimensión espiritual, pues a través de la historia compleja de las comunidades, atestiguada en sus cartas, aparecen manifiestamente las huellas de la acción de Cristo"(1)

Las instalaciones con las que el Archivo Histórico Arquidiocesano cuenta, son amplias. Ahí conservan y custodian el patrimonio documental de la Iglesia organizando los grupos documentales mediante métodos archivísticos con descripción automatizada de datos. Además, el servicio documental que ofrecen cuenta con una sala de préstamo y de investigación, fotografía digital y emisión de constancias. También, la administración brinda asesorías, formaciones y exposiciones documentales como parte de la proyección social.



Aprovechándome de estos servicios, de inmediato di el paso que me interesaba. Le dije a Marvin que quería ver el viejo libro pero su respuesta, muy amable, me corto la respiración: hay que verlo por microfilm.

¿Cómo, no puedo verlo en vivo?- le dije. Me sonrió y me indicó que el libro hay que cuidarlo mucho y que por eso no se presta al público, solo por microfilm se puede ver cada página que lo compone.

Tal vez mi gesto de frustración, con mis ojos apagados y con la boca hecha una “U invertida”, hizo que minutos después cambiara de opinión. ¡Marvin me invitó a entrar a la sala de los archivos históricos! ¿La razón? Mi Señor, no me deja desamparado nunca.

Eso sí, la condición era clara: primero iríamos a almorzar. Además, tenía que estar a la par de un guardaespaldas de dicha sala, conocido como “Chinchilla”. Él me haría el recorrido.

Una vez aceptado el compromiso, tanto trabajar con Chinchilla como el de ir a almorzar, me llevó a la oficina de Chinchilla, un taller lleno de envases de pegamentos, cartones, cuchillas y papeles. Ahí nos presentó y los tres nos fuimos a almorzar. Durante el almuerzo, Chinchilla no habló mucho.

Cuando regresamos, volvimos al taller. Chinchilla es el encargado de cuidar completamente los documentos. Los restaura y los conserva… una función nada fácil, pues los conservadores no suelen ser restauradores, ni viceversa. Él me explicó la diferencia: unos pretenden mantener las condiciones originales, sin perder la información contenida, los otros pretenden mostrar el arte como era en un principio. Lo conflictivo es la intervención en la obra.

Al caminar unos cuantos pasos en su taller me encontré con una Biblia Vulgata de 1792, traducida en español y en latín. Fue impresa en España y esa edición estaba dedicada al Rey Carlos IV… y con una portada parcialmente destruida.

De ahí Chinchilla tomó la excusa para empezar el viaje. Tomó la Biblia, la abrió y con su dedo me marcó unos pequeños huecos.

¿Usted ve esos huecos?- me dijo- Un restaurador, con materiales bastante finos y muy similares al original, los haría desaparecer, pero un conservador probablemente buscaría mostrarle cómo es el documento originalmente, es decir, no buscaría agregarle, ni quietarle…solo buscaría que esos huecos no sucedan para que no se pierda la información.

En mi interior pensé que este tema es bastante complejo, ¿para qué me lo explicaba? Sin embargo, no fui descortés con él, ya que noté que empezaba a conversar más amenamente conmigo y como en el almuerzo, no había dicho nada y tuve la percepción que era un poco tímido. Así que decidí escucharle con atención.

En cuestión de minutos, empezó a explicarme de su trabajo. Chinchilla se emocionaba más y más conforme me hablaba de lo que importante que es el cuidar los libros y los demás documentos. Me hablaba del cambio de cartones de portadas, de las telas que se usan, del estampado, de los tipos de pulpas de papel para restaurar, de la temperatura, del porcentaje de humedad y de los aparatos deshumedecedores, de la oscuridad en el depósito ambiental, del nivel del acidez y los pH que utilizan en los materiales, de los productos químicos, de los hongos, de los papeles tostados, de los húmedos, del estudio de tintas… ¡Este hombre realmente ama su trabajo!... pero contarlo, ¡realmente le llenaba de orgullo!

De repente se detuvo. Me miró con ojos brillantes y me invitó a conocer el fondo documental. Yo, emocionado, le seguí. Este lugar también es conocido como depósito. Ahí es donde están todos los libros y documentos archivados.

Chinchilla abrió una puerta y nada se veía. Era un cuarto muy oscuro. De pronto se hizo la luz. Y con la luz, uno logra discernir el camino.

Era muy distinto a lo que me imagina. Creí que habían libros en estanterías y no. Mi sorpresa fue al ver una especie de ampos que, al acercarse, eran cajas de cartón. Dentro de ellas estaban los documentos o libros antiguos.

Inmediatamente le pregunté por el viejo. Yo quería verlo. Chinchilla me dijo que ya pronto me lo enseñaría, que primero hiciéramos un recorrido por el depósito.

Fue así como llegamos al cuarto de audiovisuales. Era un cuarto dentro del depósito que estaba lleno de cassettes, discos de acetato, videos en cintas enormes y para VHS. Me llamó la atención los títulos: unos eran de vida de apóstoles, otros eran noticias del Vaticano, otros eran programas de la BBC, de Radio África del Sur, otros eran música de Agustín Lara, Marco A. Muñiz, Trío Los Panchos. Además vi discos rotulados como “La voz de Alemania” y cassettes que estaban rotulados como cuentos. Había un gran repertorio de material impreso y audiovisual bajo la marca de “Formación musical”. Ahí me dediqué a observar como 15 minutos, tal vez más.

Conciente del tiempo, decidí apresurar el paso, por lo que hice el ademán de salir del cuarto. Chinchilla, como buen custodio, me siguió.

Cuando salimos de ahí, noté que las condiciones ambientales eran distintas entre el cuarto de audiovisuales y la del depósito. Entre una y otra, el frío se logra sentir pero muy levemente.

Chinchilla me explicó como acomodaban los documentos. Y me mostró que la numeración y el color que tienen las cajas, son una referencia importante.

Para aproximarme al viejo libro, le lancé una pregunta estratégica que en el fondo alguien me había preguntado…

- Chinchilla, decime una cosa. La imprenta llegó a Costa Rica como en 1828. ¿Qué documentos impresos existen antes de esa fecha?.

- Mmm, pues hay varios -me respondió pensativo-. Lo que pasa es que esos documentos usualmente venían del Vaticano, como los boletines. Pero esa documentación está en otra sección que ahorita están remodelando. Me parece que hay unos formularios para bautizos y matrimonios que se hacían en imprenta antes de esas fechas… busquémoslos en los estantes antes de 1828…

Eso fue para inmiscuirnos entre aquellos miles de documentos buscando dónde había evidencia de documentos impresos antes de la llegada de la imprenta: actas de cofradía, actas de bautismo, de confirmación, de reuniones… todas en manuscrito. Aquellas letras son impresionantes. Unas por perfectas y otras por horripilantes. Pero no encontrábamos papeles impresos.

De pronto, Chinchilla levantó la cabeza y alzando una hoja en sus manos me mostró los primeros formatos. Consistían en secuencia de hojas en las que se le ponían tres sellos como encabezados. Los sellos estaban en el siguiente orden: un sello con escudo de obispo, un sello con letras no muy legibles certificando que eran documentos de la Iglesia y un sello que indicaba dos años. El más viejo de esos documentos tenía sellado en forma circular los años “1849 y 1850”. Eran actas de reuniones.

Cabe resaltar que la regla para dibujar renglones era un factor importante. Miles de hojas encontramos con estas rayas hechas con lápiz.

La tarde avanzó y no encontramos documentos impresos antes de 1828. Lo más fue un acta de 1893. Era un acta de bautismo. Lo que tenía era campos para rellenar con la información pertinente. Así que nos fuimos a tomar café.

Marvin se acercó a tomar café con nosotros.

- Han estado entretenidos ahí adentro, ¿verdad?

- Si, claro –respondió Chinchilla-. Estábamos buscando información de documentos impresos antes de la llegada de la imprenta a nuestro país.

- Me parecen que alguien inició una tesis con respecto a eso- dijo Marvin-

- ¿En serio? -le dije. ¿Sabe quién es esa persona? Tal vez puedo contactarla.

- No lo recuerdo, fue hace como un año que vino a la sala de investigación. ¿Ya vio el libro de 1594?

Chinchilla y yo nos echamos a reír.

- No, aún no. Chinchilla me tiene aprendiendo mucho sobre archivos- dije bastante sonriente aún.

- Pues apúrenle porque ya casi vamos a cerrar.

Increíble. El tiempo no había tenido clemencia con nuestro interés, así que nos levantamos del comedor, lavamos los utensilios utilizados en durante el café y nos lavamos bien las manos… Era hora de ver al viejo.

Chinchilla me llevó al pasillo donde estaba. Abrió una caja y me mostró un libro que decía en su portada “1680”. Estaba lleno de evidencia de mala manipulación, con pedazos de cinta adhesiva. Alguien lo había metido cada hoja en plástico para cuidarlo mejor, pero lo que hizo fue darle “micro ambientes” que permiten ver las hojas llenas de hongos y de coloración distinta entre una y otra. Chinchilla, con cara de tristeza me dijo que “así fue como contaminaron un documento”. Cerró el libro, cerró la caja y lo colocó en su estante correspondiente.

Caminó un par de pasos más. Tomó la caja en que se preserva el viejo y con mucho cuidado le soltó una especie de mecate que amarra la caja. La abrió y dentro de la caja, había otra caja.

Con noble sutileza, abrió la segunda caja con increíble solemnidad. El silencio imperaba en el depósito.

Y ahí estaba, el libro más viejo conservado en el Archivo Histórico Arquidiocesano. Su primera hoja estaba en condiciones muy delicadas. En la segunda caja había una “hoja clínica” donde se mostraba como era originalmente antes de la intervención que le realizó “Carlos Pacheco”.

Su primera hoja original estaba mal ubicada… estaba como a la mitad del libro. Durante la restauración, se traspapeló.

Tenía diversos tipos de letras. Alguien, muy poco entendedor de la historia, le hizo historia al documento al foliar los números de asientos con lapicero rojo, en vez de grafito, tal como me dijo Chinchilla que se debe hacer.

Varios renglones estaban tachados y tenían firmas sencillas o estrambóticas. Las tintas obviamente no eran las mismas cuando escribían. Incluso, hay un dibujo de una cara.

El libro cuenta con aproximadamente 140 folios y la blancura en medio de las hojas hacen notar la restauración.

En el primer registro realizado, se logra leer con dificultad:


En 11 dias del dicho mes baptize a Bartolomé hijo de Juana esclava de Peñaranda, ffueron Padrinos Ffrancisco Goncalez e Isabel Morena de Goncalo de Palma."


 Pobre viejo!
¡Su condición es muy delicada! Pero muy bien cuidado.
Por eso no lo prestan.
Por eso está guardado.
Por eso no lo pueden ver como lo vi yo.
Por eso es el libro invisible.



 

(1) Carta Circular La Función Pastoral de los Archivos Eclesiásticos. Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, 2 feb. 1997 páginas 15-16.


Notas:
1. Pronto subiré las fotos de este viaje. No encuentro la cámara y no quiero pensar lo peor.

2. El Archivo Histórico Arquidiocesano Se encuentra ubicado junto a la Rectoría Preciosa Sangre de Cristo, conocida como "Iglesia de Las Animas", entre Avenida 10 y Calle 20, en San José, Costa Rica.
Telefono:(506) 2223-23-44
DIRECCIÓN ELECTRÓNICA: archivocuria@arquisanjose.org
APARTADO POSTAL: 497-1000 San José, Costa Rica







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3 comentarios:

Peggy Guillèn Castro dijo...

Que curioso....

MONICA VALDES dijo...

Compañero me gustó mucho tu trabajo, se ve que te apasiona lo que haces.

IMPOETA dijo...

Muchas gracias por los comentarios!

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